domingo, 20 de junio de 2010

LETRAS A MEDIANOCHE

Ayer, terminé de leer por cuarta vez El viejo y el mar, una de mis obras favoritas…De esas que aún –a pesar de los años y las lecturas- me sobrecoge el alma –y aquí me vienen buenos recuerdos-. Como; Crónicas de una muerte anunciada, que me conlleva al mismo efecto y causa, por más que transcurran los años, siempre, llego a pensar que alguien, algún personaje incognito pueda lograr salvaguardar a Santiago Nasar, penosamente, como lo dijo García Marqués, nunca hubo una muerte tan anunciada… Pero, ahora, atañe, otro, el ídolo de Bryce, Hemingway; lo que me gusta de él, es que todo es una lucha perpetua contra la naturaleza. Mayor aún, lo que me fascina, es que esa lucha se lleva a cabo en el terreno real, de polvo y agua; no de lo metafísico o lo espiritual, sino de lo estrictamente técnico, del conocimiento pequeño que el hombre ha dominado de manera casi primitiva y primigeniamente. Y en eso, definitivamente El viejo y el mar es un paradigma no sólo de su obra, sino de la literatura universal.

Esta novela, la deben haber leído muchos y mucho, también. No sé si en todos ha producido semejante efecto, más allá de los sobrecogimientos de alma, está sin duda, el significado para y por la historia y como la reflejamos y canalizamos a nuestra vida. Siendo, no está una historia de una guerra pre-fabricada. Es la historia de un pescador que va armado sin saber que está armado, porque para él la idea de la guerra contra el mar es la de algo tan natural y básico como comer. No se trata de exigirse lo inalcanzable, sino justamente de hacer lo que sabe hacer. El quiebre está en todo caso, en que este pescador se atreve a hacer lo que nunca antes hizo: adentrarse en aguas más profundas. ¿La recompensa? Bueno, habría que empezar por preguntarse si se le puede llamar así. Y la respuesta ha de ser aquello que más nos conmueva de esta novela, absolutamente, brillante.La trama es bastante conocida: Este Santiago, es un pescador artesanal -casi diríase arcaico-, parte en su día 85 de temporada sin pesca hacia aguas que jamás había navegado, proveído con unos metros de cordel, un arpón, anzuelos y un pequeño cuchillo. En su mente oscilan los recuerdos de una orilla donde duermen los leones, su pasión por el béisbol y su jugador favorito, Joe Di Maggio. Navega en esas aguas insolentes, infestadas de tiburones hasta que se encuentra cara a cara con su reto: el pez más grande que ha visto nunca en su vida.Pero ese pez no es sólo un actor externo al que hacer frente. No se trata de una cacería común. Ese pez es su reflejo, es con él mismo con quien Santiago tiene que luchar. Pero no de la manera en que lo hace el ser atormentado o que se quiebra interiormente. Simplemente que la lucha lo refleja, como tal, así de sencillo. Afuera, las leyes las dicta el océano; debajo, el pez lucha con tanta pasión como él mismo, pero, solo como está, Santiago no se deja llevar por la introspección, no pretende hallar el significado subliminal o heroico de su búsqueda, ni siquiera se pregunta si puede haber un significado. Santiago, simplemente hace lo que sabe hacer mejor.Allí radica lo emocionante y terriblemente desgarrador de esta lucha: no se trata de una pelea que se libra con el espíritu, o al menos no sólo con el espíritu. Es una lucha de hechos, del conocimiento del cordel, de los anzuelos, de guardar las fuerzas para que las manos ensangrentadas puedan sostener el arpón cuando sea hora de dar la estocada final. Esta es una guerra en la que los movimientos del pescador hablan por el personaje. Esta es una lucha donde la derrota no tiene lugar, porque la lucha engrandece a quien la libra; esta es una lucha demasiado grande porque el mar es cruel para un pescador artesanal solo en su pequeña barca, tratando de remolcar a un pez enorme en aguas infestadas de tiburones. Pero, justamente, esta no es la historia de una lucha que se conmemora con una leyenda. Esta es sólo la historia de una guerra que llega a ser librada aunque la recompensa se la lleve ese océano inexpugnable y la historia se hunda con los restos, lejos, hasta el fondo del mar.

Y, es cuando necesitamos releer la historia, por cuarta vez, cuando libras momentos de lucha. No en el inexpugnable mar, no con armaduras fabricadas de lo intrínseco y salvaje de tu ser; a veces desarmados total y ridículamente y a veces también, la libramos contra nosotros mismos, contra las leyes de la vida y la naturaleza. Los pensamientos, las creencias y las emociones…Cuando se debe decidir si se sale de del mar o no. Cuando creemos que estamos a punto de ser destruidos, es cuando la historia resurge...cuando estás perdiendo o cuando estas ganando.

2 comentarios:

Alonso Calhin Guerra dijo...

Hemingway, es sencillo y es en ello que encontramos la exquisitez de sus lectura. El viejo y el mar, indudablemente es un buen o muy buen ejemplar de lo que quiero decir.
Hacía tiempo que no dedicas tiempo y letras a tus novelas favorita. Estuvo genial.
Un abrazo linda, espero vernos pronto en el bar de sillas boca arriba.

Alonso Calhin Guerra dijo...

Y tú no pierdes, recuerda? siempre ganas.

Ejem ejem, bueno, a veces.

Je

Beso!