martes, 16 de febrero de 2010

ELIOT Y MI INSTINTO DE CONSERVACIÓN.

En definitiva, hay momentos que uno vive sólo para saber.
Como si uno, haciendo gala de estúpida genialidad, quisiera tentar al universo, tomarse el examen del curso que ya aprobaste, revisar el baúl que ya cerraste, intentar sorprenderse…Creo que la búsqueda por las pasiones del alma tiene que ver con esa intensidad de sentir, exactamente cuando estamos sometidos al tedio. Y el arte tiene mucho que ver con eso: Ahí es donde el arte brota como un arma humana para aferrarse a la emoción de la vida: No como un instrumento contra el dolor, sino contra el aburrimiento.
Pensaba esto porque hace unos días me di licencia de enfrentarme a la condición humana. Digámoslo así: soy “mala” con las personas y nunca he tenido demasiado reparo en girar la cara de la moneda. Casi siempre la lección ha sido que es mejor no confiarse y que la sombra, es sorda y muda. Pero de cuando en cuando me dan ganas de hacer el pequeño experimento de acercarme a alguien, como para terminar de convencerme, de sorprenderme. Hasta ahora creo que no haber tenido suerte -o más bien la he tenido, qué sé yo-, porque el resultado suele ser el mismo, absolverme un caso más, anteponerse a la realidad, dejar de consultar las líneas de las manos y repasar la luz verde del semáforo.
Demasiado ambivalente para el bienestar de otros…Y la verdad es que se está muy bien así. Las decepciones no duran demasiado cuando uno sopesa la realidad del momento y se dice "no merece pena".
Repasando los rostros que mantengo cerca, y es mágica la ambivalencia, amparan mucha expectativa de mi, la expectativa siempre se encrespa e inclina hacia lo desconocido. Entonces, porqué la conexión real y transparente, compartir lo oscuro y complejo, lo nebuloso de mi alma, y un entendimiento que siempre será ajeno. Soy difícil nunca lo he negado, trato de no pasar la línea de margen, aunque cotidianamente no pueda; es entonces cuando enredo las cosas, no las mías, las de otras personas. Las respuestas a mis preguntas se tornan lógicas una y otra vez con el paso de los días, sin embargo las respuestas van cambiando en su curso, nunca llegan a ser las que uno necesita, en el momento que las necesita.
Creo que éste poema se trata sobre eso. Bueno, se trata sobre muchas cosas más, pero en este momento es ese punto específico el que me interesa. No solo porque es un poema amplísimo en el sentido en el que una vida entera podría verse reflejada en él, sino porque el ritmo que marca es el de un camino que se realiza entre la incertidumbre del hombre que duda de todo, se acerca a demasiado y consigue nada.
La desesperación más absoluta proviene del desacierto. Y lo peor es que desconozco otra manera de aprender.
Bien entonces, me quedan muchas preguntas todavía. Seguramente la primera es si encontraré alguna vez a una persona que me entienda. Actué a sabiendas. Un amigo, una pareja, es indiferente. No conozco a ninguna todavía. Otra puede ser, si las personas que ya están cerca entenderán esa necesidad, mi necesidad o la respetarán un poco más de lo que hacen o de lo que no hacen. Vale la pena preguntarles, pero si les interesa realmente, espero que sean ellos las que me pregunten a mí.
Ésta canción de amor no es una canción de amor. O al menos no como la etiqueta manda que sea. Este es el amor del que desconfía, se acerca y entrega aún más. El amor del que no entiende por qué el amor tiene que sobrecoger. Un amor por el cual vale la pena preguntarse si uno se atreve a vivir. ¡Genial! Realmente, estas líneas encierran más de 10 puñados de cosas y un conejo de la chistera, como diría FDVS. Las interpretaciones son universalmente infinitas e impuras y en medio de una depresión puede tener efectos nefastos sobre el instinto de conservación.
Thomas Stearn Eliot - La canción de amor de J. Alfred Prufrock
Vayamos, pues, tú y yo
cuando la tarde se haya tendido contra el cielo
como un paciente eterizado sobre una mesa;
vayamos, entonces, por calles casi desiertas,
murmurantes retrocesos
de noches inquietas en hoteles baratos de una noche
y empolvadas fondas con conchas de ostras;
calles que se prolongan como un argumento aburrido
de intención tediosa
que te llevan a una pregunta abrumadora...
Oh, no preguntes “¿qué es?”,
vayamos a hacer nuestra visita.
En la habitación, las mujeres vienen y van
hablando de Miguel Ángel.
La niebla amarilla que lava su espalda en el cristal de las vidrieras,
el humo amarillo que lava su hocico en el cristal de las vidrieras
pasó su lengua por el interior de las esquinas de la tarde,
se quedó suspenso largo tiempo sobre los charcos de las cunetas,
dejó caer sobre su espalda el tizne que cae de las chimeneas,
se deslizó por la terraza, dio un salto súbito,
y, viendo que era una noche suave de octubre,
se enroscó una vez a la casa y se quedó dormido.
Y, en verdad, habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza a lo largo de la calle,
frotando su espalda sobre el cristal de las vidrieras;
habrá tiempo, habrá tiempo
para preparar un rostro que acepte los rostros que encuentres,
habrá tiempo para matar, habrá tiempo para crear
y tiempo para todas las labores y los días hábiles
que levanten y dejen caer una pregunta en tu plato;
habrá tiempo para ti y habrá tiempo para mí,
y habrá tiempo incluso para cien indecisiones,
y habrá tiempo para cien visiones y revisiones
antes de que tomemos una tostada y té.
En la habitación, las mujeres vienen y van
hablando de Miguel Ángel.
Y en verdad habrá tiempo
para preguntarse “¿me atrevo?” y, “¿me atrevo?”.
Habrá tiempo para volverse atrás y bajar la escalera
con un espacio calvo en la mitad de mi pelo.
(Dirán: “¡qué ralo se le está poniendo el pelo!”.)
Mi traje matinal, mi cuello que sube firmemente al mentón,
mi corbata, rica y modesta, pero asegurada por un simple alfiler.
(Dirán: “pero, ¡qué delgados son sus brazos y sus piernas!”.)
¿Me atrevoa perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
para decisiones y revisiones que un minuto revocarán.
Porque ya las he conocido a todas, a todas ellas:
he conocido las noches, las mañanas, las tardes,
he medido mi vida con cucharillas de café;
conozco las voces que mueren poco a poco
bajo la música llegada de un cuarto distante.
Entonces, ¿cómo podría yo atreverme?
Y he conocido ya los ojos, todos ellos:
los ojos que nos fijan en una frase formulada,
y cuando esté yo formulado, debatiéndome en un alfiler,
cuando yo esté clavado y retorciéndome en la pared,
¿cómo podría entonces empezar
a escupir todas las colillas de mis días y de mis costumbres?
¿Y cómo podría atreverme?
Y he conocido ya los brazos, todos ellos:
brazos con brazaletes y blancos y desnudos.
(¡Pero bajo la lámpara poblados de claros vellos castaños!)
¿Es acaso el perfume de un vestido
lo que así me hace divagar?
Brazos que reposan sobre una mesa o se envuelven en un chal.
¿Y podría yo entonces atreverme?
¿Y cómo podría empezar?
¿Diré: fui al crepúsculo por calles estrechas
y contemplé el humo que sale de las pipas de hombres solitarios
,asomados a sus ventanas, en mangas de camisa?
Yo debí ser un par de manos andrajosas
que rasaron los suelos de mares silenciosos.
¡Y la tarde, la noche, duerme tan apaciblemente!
Alisada por largos dedos,
dormida... fatigada... o bien se hace la enferma,
extendida en el suelo, aquí junto a ti y a mí.
¿Tendría yo, después del té y los pasteles y los helados,
la fuerza para forzar el momento a su crisis?
Pero aunque he llorado y ayunado, llorado y orado,
y aunque vi mi cabeza (ya un poco calva) traída en una bandeja,
no soy profeta (pero esto no importa mucho);
he visto flaquear el momento de mi grandeza
y he visto al eterno lacayo recibir mi abrigo y sonreír estúpida­mente,
y, en suma, tuve miedo.
¿Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre alguna conversación sobre ti y sobre mí,
hubiera valido la pena
haber hincado el diente en el asunto con una sonrisa,
haber comprimido el universo en una bola
para rodarlo hacia alguna pregunta abrumadora,
para decir: “Soy Lázaro, vuelto de entre los muertos,
vuelto para decírselo todo, se lo diré todo”.
Si una, acomodando una almohada junto a su cabeza,
dijera: “No es eso lo que quise decir, no es eso.
No se trata, en absoluto, de eso”?
¿Y hubiera valido la pena, después de todo,
hubiera valido la pena,
después de los ocasos y de los patios y de las calles regadas,
después de las novelas, después de las tazas de café, después
de las faldas que arrastran por el piso
(y esto, y tanto más)?
¡Es imposible decir exactamente lo que quiero decir!
Pero como si una linterna mágica proyectara los nervios en
modelos sobre una pantalla:
¿Habría valido la pena
si una, acomodando una almohada o quitándose un chal
y volviéndose hacia la ventana, hubiera dicho:
“No es eso, en absoluto,
no es eso lo que quise decir, en absoluto”?
¡No! No soy el príncipe Hamlet ni es mi intención serlo,
soy un señor cortesano, uno que servirá
para llenar una pausa, iniciar una escena o dos,
aconsejar al príncipe; sin duda, un instrumento dócil,
obediente, contento de servir,
político, precavido, meticuloso,
lleno de altos conceptos, pero un poquito obtuso;
a veces, en verdad, casi ridículo:
casi, a veces, el Bufón.
Envejezco... Envejezco...
Usaré enrollados los extremos de mi pantalón.
¿Me peinaré el cabello hacia atrás?
¿Me atrevo a comer un melocotón?
Me pondré pantalones de franela blanca y caminaré por la playa.
Allí he oído a las sirenas cantándose una a otra.
No creo que canten para mí.
Las he visto cabalgar sobre las olas, mar adentro,
peinando los blancos cabellos de las olas revueltas
cuando el soplo del viento vuelve el agua blanca y negra.
Nos hemos quedado en los dormitorios del mar
al lado de muchachas marinas
coronadas de algas marinas rojas y pardas
hasta que voces humanas nos despiertan, y nos ahogamos.
Ha pasado ya mucho, desde que mis ojos te descubrieron, en medio de lo acostumbrado; en medio de una tarde dominical que siete años más tarde aún repica en silencio... Recuerdos borrosos que tras muchos rostros y nombres, no pierden sentido…Solías sacudir la tierra, solías sacudir el mundo en el que piso y todo lo demás se convertía en los repasos obscuros de un camino en reversa, y solías también escribir poesía para mí, después de la tormenta. Cuando las nubes se juntaban y la tiniebla me llegaba a tiznar las mejillas, aparecías y brillabas…En medio de una noche fría, envuelto en una mañana frente al mar...


Y esto último, sólo me provoco después de leer lo ya leído…

8 comentarios:

Alonso Calhin Guerra dijo...

Extrañamente, nos sentimos tan bien, sólo pensando, con algo y alguien lejano en conocimiento real. Siempre llego en el momento adecuado.

Salud con vino tinto.

Anónimo dijo...

Salud por una de las mujeres más espectaculares del mundo. Eso y mas.

V.H.

rodrigo ramos bañados dijo...

como esta señorita gabita, espero que siga siendo señorita, yo por aca bien, igual pro el norte de chile estamos tranquilos, bastante tranquilos, a diferencia de lo que sucede en el sur, y usted como anda,

Jorge Atarama dijo...

Alguien que me comprenda dices y esperas con expectativas. Elliot dice:"Porque ya las he conocido a todas, a todas ellas:
he conocido las noches, las mañanas, las tardes, ...
Pero a la mujer nunca nadie las conocerá y menos comprenderá. Pero sí incondicionalmente amará. Estamos hechos para amarlas simplemente, nada más y el halo de sus misterios seguirán herméticamente guardados y solo nos causará atracción y más amor.
Abrazo Gabriela desde Ventanilla donde todo es sol y alegría.

Anónimo dijo...

No importa dónde estés, Maldita Bruja, no importa lo que hayas hecho, no importa para qué, llámame cuando me necesites. Me gustaría saber que todavía sientes algo de no sé qué por mí, me gustaría subirme a una carretera y que seas tú el sitio a dónde voy. Llámame cuando me necesites. Pero necesítame pronto.

lamentostsuki dijo...

gracias por pasarte por mi blog....
si te sientes asi todo el tiempo como haces para vivir?
yo ya con un par de dias no lo soporto...

Anónimo dijo...

Tuve un gran amigo que leía bastante a Sartre (ahora descansa en paz) y ahora me pregunto mas que tiene de bueno sartre???y lo digo en el buen sentido de la palabra.

markín dijo...

mientras en presente no haya satisfacción, siempre vemos el pasado, lo ido, lo mejor de esos momentos que son variados.

Ese camino que debimos recorrer para llegar al ahora, este ahora que con el día a días se hace pasado.

y tú, llegando a mí, vienes te vas como olas en el mar. Hay placer en saberte presente. Aunque saberte realmente sea difícil.

Sólo el tiempo puede darnos certezas, sólo ello puede darnos ese que anhelados, siendo tal y como somos, con tus cosas, con las mías, con las nuestras.

Pensar, me haces detener a pensar