Y de repente sin necesitarlo, ardió una flamante pasión cuando vi a la madre y al niño caminando apacibles por la acera, comiendo una de esas enormes hamburguesas a las que siempre les esquivo la vista. Mientras han pasado por mi lado, me he quedado observando, más al niño que a la madre, tan sólo segundos, para enternecerme. No sé, porque el ver aquel niño algo rollizo, comiendo ávidamente la enorme hamburguesa, me ha emocionado; justamente cuando la noche se entrevía más negra que ayer.
Esbocé una sonrisa y una señora de piel aderezada por los años, la devolvió. Una sonrisa, es importante como dice mamá. Salimos trajinados cada mañana, con rumbo a una grisácea oficina, pensando en lo que aún no hemos examinado pero sabemos que espera por nosotros; arrinconamos al prójimo a la esquina más obscura de nuestro mezquino mundo, ignoramos que una sonrisa nuestra puede brindar el calor que ese necesita.
Tras unos instantes absurdos y otro poco nostálgicos, en una cena que convidó platillos saturados de excusas y disculpas; una copa de vino que agrió mi garganta, una mirada irreconocible, un anillo dorado que ya no permanecía en mi dedo, pero todavía en el dedo de una mano extraña; una compelida sonrisa para el resto de espectadores, a expensas de no advertir el nubarrón que se erigía sobre nuestras cabezas, unas ganas de desaparecer. A los lados, parejas. ¡Para variar! Cenando como nosotros ¿felices? ¡Que se yo! Tal vez, parejas exiliadas a un ignoto mundo donde ya no se respira paz, tal como nosotros. Parejas de maniquíes de almacén, de sonrisas frustradas, de palabras que se esparcen en la acera sin dejar huella. Me pregunto, como puede adornar tantas sonrisas un lugar donde hace un mes el terremoto lo sucumbió todo, y lo digo ¡yo! que no aplace mucho mi diversión. Dos hombres vestidos con Armani ¿Cómo lo sé? Uno de ellos ha dejado su saco en el respaldar de la silla, jactancioso. Fuman sin cesar, mientras una mujer al lado carraspea enérgicamente, al menos aún logro dominar las ganas de fumar en un restaurant. El maitresse se aproxima a los dos hombres, le dice algo muy cerca a uno de ellos, sonríen y el maitresse marcha con la misma sonrisa con la que nos recibió a mí y a mi acompañante.
Esbocé una sonrisa y una señora de piel aderezada por los años, la devolvió. Una sonrisa, es importante como dice mamá. Salimos trajinados cada mañana, con rumbo a una grisácea oficina, pensando en lo que aún no hemos examinado pero sabemos que espera por nosotros; arrinconamos al prójimo a la esquina más obscura de nuestro mezquino mundo, ignoramos que una sonrisa nuestra puede brindar el calor que ese necesita.
Tras unos instantes absurdos y otro poco nostálgicos, en una cena que convidó platillos saturados de excusas y disculpas; una copa de vino que agrió mi garganta, una mirada irreconocible, un anillo dorado que ya no permanecía en mi dedo, pero todavía en el dedo de una mano extraña; una compelida sonrisa para el resto de espectadores, a expensas de no advertir el nubarrón que se erigía sobre nuestras cabezas, unas ganas de desaparecer. A los lados, parejas. ¡Para variar! Cenando como nosotros ¿felices? ¡Que se yo! Tal vez, parejas exiliadas a un ignoto mundo donde ya no se respira paz, tal como nosotros. Parejas de maniquíes de almacén, de sonrisas frustradas, de palabras que se esparcen en la acera sin dejar huella. Me pregunto, como puede adornar tantas sonrisas un lugar donde hace un mes el terremoto lo sucumbió todo, y lo digo ¡yo! que no aplace mucho mi diversión. Dos hombres vestidos con Armani ¿Cómo lo sé? Uno de ellos ha dejado su saco en el respaldar de la silla, jactancioso. Fuman sin cesar, mientras una mujer al lado carraspea enérgicamente, al menos aún logro dominar las ganas de fumar en un restaurant. El maitresse se aproxima a los dos hombres, le dice algo muy cerca a uno de ellos, sonríen y el maitresse marcha con la misma sonrisa con la que nos recibió a mí y a mi acompañante.
Una muchacha de cabello corto, se acicala frente a un ciclópeo espejo-a mi parecer-no encuentra la forma como disimular aquellos excesos de su cuerpo. El traje que lleva es muy ajustado y se ciñe a su cuerpo altaneramente. El volumen de la música se oye demasiado alto, y yo, ya desprendida del prudentito vestido y los tacones altos, trato de estirarme. ¡Vaya gracia para elegir el vestido de la cena! ni muy sugerente, ni muy escotado, nada que lo haga especular una disimulada provocación; mas lo suficiente fastuoso para que nunca arrincone mi recuerdo. La música continua, esta vez quiero dejarme llevar por ella mas lo único que consigo es dar pasos equívocos. No he podido concentrarme, hoy como primera vez, llevando ya varios meses en estas singulares clases de baile. La muchacha de cabello corto y traje ceñido, baila con más gracia que yo, incitando a mi orgullo a tomar una determinación-nunca es bueno arrojar carne para los buitres-.
Camino a casa no logro pensar en una idea fija, se me vienen a la mente desatados pasajes. Que la casa de un viejo amigo que no veo hace años, recuerdo mi niñez. Que el flamante auto de un conocido que desfila velozmente por la autopista, recuerdo las lágrimas de su esposa cuando él la abandono por otra mujer. Las tres casas deshabitadas antes de llegar a la mía, y recuerdo uno de los momentos más eufóricos de mi adolescencia. Las dunas que escalo cada semana, cada semana creando formas distintas, arena que rinde pleitesía al sol y al viento, que se amolda a su caprichoso antojo. Formas que renunciaron a su esplendor pasado y amenazan con encandilar con una nueva máscara. Mascara que se desvanecerá cuando el viento, así lo decida.
No he querido pensar entre mis sabanas. Al fin y al cabo, mañana será otro día y mañana pensare, como decía Scarlet O´Hara.
1 comentario:
Me fui a comentar lo de Fujimori y al repasar tu blog para ver alguna novedad, descubro que había este escrito por leer. Y fui feliz leyendo. Por que tus palabras son poesías que dan masajes a mi espíritu y no es el llegar a un lugar, sino el recorrerlo donde está el gusto. Gracias Gabriela por la poesía de tus palabras.
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