lunes, 3 de septiembre de 2007

FIN DE SEMANA.

Un parque. Un niño, maniobrando un scooter, extraño a todo lo que no interna su cándida felicidad. Hojas de palmeras, meciéndose armoniosas, de un lado a otro, en un mareado pero hechizante vaivén, parecen querer acariciar el viento que corre serenamente la tarde de hoy. Un celeste cielo, nubes que renuncian a ser vistas. Siempre he creído que el celeste es un color sin vida, sin gracia.


Hoy, existe un silencio absurdo pero imperante dentro de estas blancas paredes. Yo aquí, sentada, sin saber si cruzar las piernas o dejarlas reposar porque evoco las palabras de mis dos abuelas sobre el significado de las piernas cruzadas en estos recintos, aunque no consigo recordar el porque no debo hacerlo, sé que no debo. Yo aquí, sin saber que palabras decir. Muy cerca, escucho susurros que con el desfilar de los segundos permutan a palabras trascendentes, a palabras con vida propia. Son rezos aquellos, rezos que cada vez se hacen más enérgicos, como si la intensidad de sus entonaciones pudiese purificar el alma, como si con sus rezos liberados pudiesen resucitar al cuerpo. El cuerpo continua inerte, impasible a sus rezos, a sus suplicas y a los llantos de esta tarde. He salido de ahí, necesito aire puro, respirar y henchir mis pulmones de el. Apenas empezaba a sentirme mejor, cuando el llanto de un hombre, quizá el primer llanto sincero de esta velada. El ambiente es embarazoso, creo que mi subconsciente machista hace gala de los rezagos que quedan esparcidos por la mente, camino unos pasos. No puedo ver a un hombre llorando. Aquello me pone inquieta, y ¡por Dios! Su lamento es tan desesperado. No quiero verle. Silencié y caminé hacía el parque, respetando su dolor. Imagino a mamá ocupando el puesto de ese cuerpo, me estremezco. No debo pensar tonterías.

Una mujer de rasgos andinos, de piel tostada, se aproxima a mí, me da el pésame. Quisiera decirle que se ha equivocado, pero ha sido tan solemne. Su mirada es tan transparente. Me quedo viéndola, su imagen me atrapa durante minutos. Lleva una trenza que cae por su espalda, sus cabellos son casi negros porque las canas empiezan a cobrar la factura de los años. Su perfil parece el de una diosa griega, su presencia es imponente. Después escucho que aquella insólita mujer le ha servido durante treinta años a la difunta. Ha sido su más fiel empleada, la más querida. Y si visualizara la apariencia de la difunta con la de esta, los polos se alejarían cada vez más a pesar de llevar los mismos años a cuestas.
No sé porque me he puesto a pensar en los pantalones de boca ancha, pienso que son espantosos y sólo logran desmerecer la figura de una mujer. Debo estar medio loca, o tal vez completa ¿Cómo diablos me pongo a pensar en unos pantalones en medio de este velorio? Trato de centralizarme en otros pensamientos, en la muerte, en la vida, pero a veces mis pensamientos divagan en un limbo de emociones. Y si el espíritu de doña Roberta del Campo Buendía deambulara entre estos muros, entre estas calles, puede estar en el aire, en cualquier lado; las palmeras parecen ratificar mis pensamientos. Me dan la razón. Lo siento. Y no tengo miedo, aunque de niña y aún en vida, le he sentido despavorido terror a su gloriosa estampa.

Ayer, he recibido la llamada de una mujer, que muy cautelosa me ha narrado el accidente automovilístico que ha sufrido mi prima. Paradójicamente a su sosegado lenguaje, he salido corriendo a la clínica. La he hallado en una camilla sollozando, todavía nerviosa, y con manchas de sangre delatando los hechos. Más allá, su novio con los nervios elevados a la máxima potencia ¡Es increible la exigua resistencia de los hombres en estos casos!

No lo he creído hasta hoy, definitivamente este, no es el año. Hace unas semanas, un terremeto devastó esta parte de la costa y aún restando el suceso, podria enumerar -sin agotar- los hechos que han convertido este año, el peor de todos. La semana pasada, en un almuerzo dominguero, entre risas y copas hemos hablado de este fatídico año, no he concordado del todo con mis compañeras, pero hoy les he dado, tácitamente, la razón. No es el mejor año.

6 comentarios:

Luis Iparraguirre dijo...

Buen uso del lenguaje, mi querida amiga. Que este no es el mejor año? Pues no. Eso es claro. Sin embargo, estamos en setiembre... el año todavía no acaba. Suerte! Y volveré!

Esteban Monge dijo...

Hola, Gabriela. Gracias por pasar por mi blog, y por dejar un mensajito... Te comento que ya se pueden escuchar canciones mías. Al menos desde el blog se puede escuchar una, pero desde la consola podés accesar a otras...

www.esteban-monge.blogspot.com

Atentamente,

Esteban Monge

Jorge Atarama dijo...

Debemos tomar conciencia que estamos de paso y que cada encuentro con el prójimo, puede ser el último, los encuentros y despedidas son las constantes en la vida. Tu sensible relato me hace filosofar en esto y el buen o mal año es relativo como todo, lo que sí es un año de mayores cambios, incluso en lo que te conté de las locuras de mis decisiones laborales. Quizá el mundo no es realmente malo, sino que lo interpretamos mal. Le hemos declarado la guerra a la muerte y no sabemos de ella, no reconocemos su naturalidad y constancia. Es bonito vivir pero si somos conscientes que la muerte es parte de la vida, quizá vivamos con mayor intensidad. Según el tarot la carta de la Muerte se interpreta como un cambio duro pero positivo.

Nico dijo...

Es hermoso lo que escribis, me gusta mucho leerte.

Un abrazo querida amiga.

Que estes muy bien y sigas narrando las hermosas historias que haces.

Adios.

Nicolas.

Luis Iparraguirre dijo...

Escribe, Gaby!

Anónimo dijo...

Buena expedición y este post me ha ayudado mucho en mi asignacion de la universidad. Agradecimiento usted como su información.