Después de dejar sus manos durante eternos minutos bajo el chorro de agua cristalina, el verdugo las miró. Luego preguntó en voz alta ¿seré culpable? Volvió a mirar sus manos. No había rastro de sangre. Pero éstas –de pronto- le parecían las de un asesino. Volvía de nuevo esa vaga sensación en el estómago. Dentro de unos minutos darían la señal y saldría a la plaza, y aunque gritaran, no oiría nada, porque estaría pendiente de cuidar todos los detalles, que la capucha negra ajustara bien, que la soga no les apretara demasiado, que fueran serenos, que tuvieran fe, y que el golpe fuera seco y rápido. No quería que los condenados lo pasaran mal, lo cual resultaba paradójico teniendo en cuenta su destino: la cabeza volteada en el aire para caer en un cesto. Pero era su trabajo, y quería ser justo. Si ellos tenían que pagar por sus delitos, él debía enfrentarse a su comedido con rigor y cierta caridad. Se frotó las manos varias veces, nerviosamente, como si quisiera eliminar algún rastro invisible de ellas. Horas después regresaba de la plaza. Se quitó los guantes, se miró de nuevo las manos, y recordó algún detalle suelto, sin querer, soportando la pesadez de sus hombros y la fatiga general. Tenía fama de hombre bueno, de hombre justo. Intento no hacer daño, le decía por la noche a su esposa. Ella le miraba en silencio, mientras amamantaba al crío pequeño. No puedo evitar sentirme como un asesino. No lo eres, le respondía en voz baja la mujer. Sólo haces tu trabajo. Pero él no podía evitar que cada día las manos le pesaran más, y que en sus dedos viera manchas rojas donde otros solo veían los dedos fuertes de un hombre honrado. Voy a dormir, dijo a su mujer y acarició levemente la frente del recién nacido. Espero que no sigas mis pasos hijo mío, le deseó en silencio.
Todo cambió años más tarde. El papel infame que desenvolvía en la vida lo hizo envejecer antes que tarde. Las arrugas de debajo de los ojos, le pesaban más que nunca. Aquella tarde le temblaban las manos mucho más que de costumbre. Comenzó a sentirse mal, pero tenía que terminar su labor. Salió a la plaza. Ajustó la capucha negra del preso, pero no pudo articular palabra. Ojala la fe se hiciera presente esta tarde en la plaza. Miró de soslayo, alguien le instó con sequedad a que continuara. Ten fe, le dijo nerviosamente al reo. El golpe seco de la guillotina se confundió con el grito de su mujer. Él cayó abatido al suelo, con las manos en la cara. Ojalá hubieras seguido mis pasos, hijo mío.
10 comentarios:
Me pregunto: �Acaso lo que se hace se paga? �y de la peor manera?.
Lo cierto es que nadie puede escapara su destino, es por eso que estamos obligados a labrar el nuestro.
Sin duda, la narraci�n lo llevasn muy bien. Te felicito, Gabriela.
Vas a llegar muy lejos en esta rama.
Te abrazo y sonr�o.
Desgarradora narrativa. Nos hace reflexionar sobre el papel que tenemos en la vida, cual teatro cumplimos con nuestro destino. Existe según las religiones orientales la ley del karma y la reencarnación, donde todo lo que damos se nos regresa. A veces una injusticia en esta vida es un saldito que tenía el destino desde antaño. Lo malo de la venganza es que se hace continuar con el círculo y no hay cuando acabar con las acciones y reacciones negativas. Buen relato y bien escrito.
Pues como me gusta leerte, me encanta, tienes todo lo que yo le pueda pedir a un escritara.
Una vez mas, admiro tus palabras.
Nicolas.
Crudo, todo se paga en vida
Tremendamente real.
Y bien narrado,te felicito.
Saludos.
Que relato con tanta carga de ansiedad, y que bueno el final. Una joyita de texto amiga.
Por cierto te he enviado a tu mail el texto de los dogon y un bonus adjunto.
Un abrazo y nos seguimos viendo
linda.
linda.
Nuevamente, buena narración, la ansiedad está bien marcada. Suerte mujer!
Un relato sorprendente y muy bien escrito, Gabriela. Me ha encantado! Toda la vida del verdugo se resumen en dos fragmentos... El hecho de que se pueda sentir culpable me ha recordado de algún modo a "El proceso" de Kafka, en el que el protagonista no cometía ningún delito (o acción que pudiera considerarse como tal) y era declarado culpable y aquí justo al revés: un hombre que mata y es inocente... La vida del hijo se resume en la frase final y todo el texto está plagado de sugerencias... Precioso, mi más sincera enhorabuena, Gabriela. Un abrazo muy fuerte!
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