Aunque hubiese esperado que mi ingreso fuera triunfal, ya que la noche no se vislumbraba gloriosa, lo mínimo que me podía suceder es tener las miradas puestas en mí. Gran desilusión momentánea.
Era mi primera vez en un lugar así, la pista de baile se asemejaba en dimensiones a una cancha de fútbol, tal vez el color no la favorecía mucho, rojo. Alrededor se situaban las mesas, decenas y decenas de ellas rodeaban la pista de baile. Al lado izquierdo de ella y muy grande, se erigía el escenario. Escenario repleto de luces, instrumentos musicales, y gente; pude notar que las trompetas predominaban en el.
También pude notar que la generalidad entre los personajes del público era la piel morena. Muchas sonrisas blancas contrastaban con la oscuridad de sus pieles.
Al parecer todos se divertían, menos yo, incluido mi acompañante que me miraba cada cinco minutos con una sonrisa inmensa y un swing envidiable. Cuando la espuma de mi quinta cerveza se disipo, empecé a sentirme una docta bailarina, digna de sacar polvo, al menos así escuche que se decía.
Sin más ni menos, me dirigí al ring de lucha, tomada de la mano de mi acompañante y con un cigarrillo en la otra.
A pesar que inicialmente nadie noto mi presencia allí, ahora en el canchon, si que sentí mas de una mirada, quizá inquisidora, pero puesta en mi. Era increíble, sin exagerar un milímetro, ver a una cantidad razonable de parejas bailando el pegajoso ritmo, y todos ellos en desmesurada precisión y elegancia. Tal parecía que la salsa, recorría cada rincón de sus venas, todos daban miles de vueltas, piruetas y funámbulas posiciones a la hora de bailar, de diferentes formas, cogidos de las manos, de la cintura, de los dedos, etc. Recordé alguna película que otra película de baile, y es que sinceramente, en esa pista todos sabían bailar menos yo. Una de aquellas voluptuosas mujeres me miro, sonrió y le dijo algo en el oído a su pareja. Mis dos pies izquierdos impedían que la dejara con la boca cerrada.
Mi pareja, al cabo de unos minutos y después de varios intentos fallidos, tuvo una brillante idea:
-no creas que todos los que bailan aquí lo hacen bien, mira vamos al segundo nivel y te lo demostrare.
El segundo nivel quedaba a pocos metros de nuestra mesa, allí nos dirigimos, una escalera de cemento de vivos colores conducía a este. Presumo que hubiésemos podido avanzar algo mas si es que el fornido tipo que de la escalera no los hubiese permitido. Cortésmente nos prohibió el ingreso si no contábamos con el ticket de acceso de la zona vip. Ah caray así que este lugarcito tenia zona vip, pensé. Si bien encontré ciertas, repito ciertas diferencias, ciertamente en luces y colores aun más llamativos en las paredes, decidí no ingresar pues no vi marcadas divergencias. Me volví acomodar en mi mesa y trate de darle un poco más a la persona que me había llevado tanto trabajo conocer.
Me importo un céntimo la mujer morena que me miraba burlonamente, los expertos bailarines salseros, el cantante y bailarín del grupo que minutos antes había echo gala de su talento con unos movimientos pélvicos meritorios de palmas y hurras, capaz de dejar la incógnita en la mente de cada mujer sobre sus dotes danzarines en otros aspectos de la vida cotidiana y fuera de los escenarios. Entonces baile y baile, y hasta creo que me salio mejor, me sentí bien e hice sentir bien a mi pareja.
Él me dio un beso y creo que agradeció mi emblemático esfuerzo, cuando salimos del dichoso lugarcito que se hacia llamar “El Timbalero” ya había amanecido y mi cuerpo y corazón continuaban encendidos.
Era mi primera vez en un lugar así, la pista de baile se asemejaba en dimensiones a una cancha de fútbol, tal vez el color no la favorecía mucho, rojo. Alrededor se situaban las mesas, decenas y decenas de ellas rodeaban la pista de baile. Al lado izquierdo de ella y muy grande, se erigía el escenario. Escenario repleto de luces, instrumentos musicales, y gente; pude notar que las trompetas predominaban en el.
También pude notar que la generalidad entre los personajes del público era la piel morena. Muchas sonrisas blancas contrastaban con la oscuridad de sus pieles.
Al parecer todos se divertían, menos yo, incluido mi acompañante que me miraba cada cinco minutos con una sonrisa inmensa y un swing envidiable. Cuando la espuma de mi quinta cerveza se disipo, empecé a sentirme una docta bailarina, digna de sacar polvo, al menos así escuche que se decía.
Sin más ni menos, me dirigí al ring de lucha, tomada de la mano de mi acompañante y con un cigarrillo en la otra.
A pesar que inicialmente nadie noto mi presencia allí, ahora en el canchon, si que sentí mas de una mirada, quizá inquisidora, pero puesta en mi. Era increíble, sin exagerar un milímetro, ver a una cantidad razonable de parejas bailando el pegajoso ritmo, y todos ellos en desmesurada precisión y elegancia. Tal parecía que la salsa, recorría cada rincón de sus venas, todos daban miles de vueltas, piruetas y funámbulas posiciones a la hora de bailar, de diferentes formas, cogidos de las manos, de la cintura, de los dedos, etc. Recordé alguna película que otra película de baile, y es que sinceramente, en esa pista todos sabían bailar menos yo. Una de aquellas voluptuosas mujeres me miro, sonrió y le dijo algo en el oído a su pareja. Mis dos pies izquierdos impedían que la dejara con la boca cerrada.
Mi pareja, al cabo de unos minutos y después de varios intentos fallidos, tuvo una brillante idea:
-no creas que todos los que bailan aquí lo hacen bien, mira vamos al segundo nivel y te lo demostrare.
El segundo nivel quedaba a pocos metros de nuestra mesa, allí nos dirigimos, una escalera de cemento de vivos colores conducía a este. Presumo que hubiésemos podido avanzar algo mas si es que el fornido tipo que de la escalera no los hubiese permitido. Cortésmente nos prohibió el ingreso si no contábamos con el ticket de acceso de la zona vip. Ah caray así que este lugarcito tenia zona vip, pensé. Si bien encontré ciertas, repito ciertas diferencias, ciertamente en luces y colores aun más llamativos en las paredes, decidí no ingresar pues no vi marcadas divergencias. Me volví acomodar en mi mesa y trate de darle un poco más a la persona que me había llevado tanto trabajo conocer.
Me importo un céntimo la mujer morena que me miraba burlonamente, los expertos bailarines salseros, el cantante y bailarín del grupo que minutos antes había echo gala de su talento con unos movimientos pélvicos meritorios de palmas y hurras, capaz de dejar la incógnita en la mente de cada mujer sobre sus dotes danzarines en otros aspectos de la vida cotidiana y fuera de los escenarios. Entonces baile y baile, y hasta creo que me salio mejor, me sentí bien e hice sentir bien a mi pareja.
Él me dio un beso y creo que agradeció mi emblemático esfuerzo, cuando salimos del dichoso lugarcito que se hacia llamar “El Timbalero” ya había amanecido y mi cuerpo y corazón continuaban encendidos.
2 comentarios:
Eso se llama salsodromo. Para mi son lugares de diversion unica y exclusivamente para gente que le gusta la salsa, si no te sientes fuera de la incubadora, como lo hiciste tú. De todas maneras me gusto como lo relataste, parecias Jane en la selva.
Hay un problema:
cuando se puso interesante,
cuando salen, y pueden acabar en cualquier lado... se termina el relato!
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