martes, 12 de diciembre de 2006

MADEINUSA.

Manayaycuna es el pueblo de Madeinusa, uno de esos pueblitos perdidos y olvidados por la mano de Dios, donde los servicios básicos son aun palabras ajenas en su léxico diario. Se sitúa en la cordillera del Perú. ¿En qué departamento o provincia? Pues, realmente no lo se, tal vez haya sido un nombre arrancado de la imaginación de Claudia Llosa o efectivamente uno de aquellos pueblos recónditos donde ni el mapa te ayuda a encontrarlos.

Este pueblo tiene un distintivo frente a los demás, guarda un recelo cabal a los forasteros y no permite ingresar a nadie en este. Sin embargo esta no la única singularidad del desafortunado lugar.
Pues sus pobladores y el conservan una costumbre antiquísima que los libra de todo pecado desde el viernes santo, tres de la tarde específicamente, hora en que Jesús muere crucificado hasta el domingo de resurrección. Durante este lapsus todos sus habitantes están incólumes, pueden realizar cualquier acto impuro, pecaminoso que se les pase por sus retorcidas mentes.

Madeinusa; nombre, de por si excepcional. Es una adolescente de catorce años, su padre y también alcalde del pueblo, Cayo, tiene un cariño especial por la joven que ha llevado arrancar los más profundos sentimientos de resentimiento a sus hermanas. Por el otro lado, y siempre bien visto, esta Salvador. Él es un joven limeño que debe hacer una parada obligatoria en aquel pueblo justo y exactamente para aquellas fechas de deslices censurables, allí conoce a Madeinusa que aprovechará el Tiempo Santo para hacer lo que quiera y lo que cree, es mejor para ella.

Esta película de Claudia Llosa se estrenó en marzo de este año, usualmente nunca me impulsa el correr al cine para algún estreno, por mas novedoso o marketeado que este sea, así que ayer fue la primera vez que la vi, y aunque coloque en tela de juicio su calidad dada la controversia en torno a ella, quede satisfecha con la trama. Tal vez basada en costumbres ilusorias, inyectada de grandes dosis racistas en un Perú multirracial y con personalidades que son propias del ser humano y sus debilidades.

Obviamente, este tipo de permisos divinos e inocuos solo hasta cierto punto, se pueden llevar al cine en un pueblo como este, pues si nos ponemos a pensar cómo hubiese sido la película o que tanto hubiese cambiado la trama en ciudades como Lima, Nueva York, o La Habana, quizá García, Bush, o Castro no vivirían para contarla.

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