jueves, 7 de diciembre de 2006

ALEGORÍA DE LA FELICIDAD.

Ayer, como todos los días no entendí al bendito clima, mientras en la mañana me sofocaba victima de los calores más ígneos; en la noche me vi obligada a colocarme una chaqueta negra encima de la blusita que quería lucir.

Preferí caminar, al fin y al cabo eran tan solo un par de calles para llegar a mi destino. Era una de esas noches tranquilas, sin mucha gente alrededor, sin muchos autos, sin mucho ruido; perfecta para caminar y observar lo poco pero significativo que hay frente a ti.

Tras verle la cara por enésima vez al insano de mi coordinador, y ver aquella sonrisita tonta que no se le quita de la cara, así atraviese un huracán por su sosegada vida. Camine de regreso a casa, por el mismo camino, aunque esta vez con un cigarrillo en las manos. No sin sentirme la más puta de todas, tengo la liviana impresión que cada vez que camino por la calle sin compañía y con un cigarro, para rematarla con un chicle en la boca, cualquier buen transeúnte me va preguntar muy holgadamente ¿Y usted señorita cuanto cobra?

Era temprano, diez de la noche, no tenia apuro, nadie me esperaba en casa, y deseaba seguir fumando sin la mirada acusadora de mi abuela. Hay un parque por allí, y hay unos niños jugando, aunque para mi temprano para ellos muy tarde. Sus padres o los que creo sus padres están sentados en una banca, tomados de la mano, son relativamente jóvenes.
Los veo tan cariñosos, él la abraza y le plasma un beso histriónico en la boca, yo por supuesto me muero de envidia, ella sonríe feliz, le acaricia el rostro y le dice algo al oído, me provoca escuchar, me temo que no llega ni una sola palabra a los míos, al menos de esa charla. Y en el momento que ya empiezo a comerme el cuento que la vida es perfecta, que ya debo apurarme en conseguir un buen tipo a mi lado a quien amar, que no debí dejar ir a mi ex pareja, que enciendo mi tercer cigarro ¡Oh la triste y cruda realidad se asoma! Y es que la felicidad es mesurada y se nos mide a cuenta gotas.

Una mujer con cara de muy pocos amigos, es más tal vez con una mueca siniestra, y no trato de exagerar, baja de un carro amarillo, y se planta desafiante frente a la, hasta ahora, ejemplar pareja. Grita y vocifera, de repente se pone a llorar y la mujer, la buena de la película, creo yo, rompe a llorar también. Él hombre, ni que decir, esta estupefacto, mira a todos lados nervioso, aun me mira a mi, tal vez me pide ayuda, no lo se, pero yo estoy quieta viendo esta escena que para mi morbo humano es una exquisitez, aunque sea a base de la desgracia de los demás.

Lo que paso o no paso, no lo se, sólo se, que el castillo que me había empezado a formar me lo desmoronaron de una patada, una vez más. Y eso en el fondo, no me incomoda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

LA FELICIDAD NUNCA SERA ABSOLUTA, ASI QUE TIENES RAZON EN LO Q ESCRIBES, UNA CRUEL VERDAD BIEN ARGUMENTADA. ME GUSTO.

Anónimo dijo...

Te esmeraste niña.

Perro dijo...

Las apariencias engañan, jejejej