sábado, 10 de noviembre de 2007

ELLA, MÁS ALLÁ DE LA MUERTE.

El reloj daba casi las diez, y Angélica tuvo que hacer magnos esfuerzos para definir, dentro de unos contornos precisos, aquellas formas extrañas que bailaban ante sus ojos. Las horas habían transcurrido y el mundo, ahora, parecía borrado. Sus ojos habían cambiado; nunca antes había visto los objetos tal y como eran, en donde sólo había un punto minúsculo y borroso -tal vez un pájaro o una mosca-; Angélica, ya creía ver mágicos espíritus que los demás no alcanzaban distinguir; pero ahora sus ojos no dejaban de escudriñar la inclemente realidad, las hojas escritas, las fotos borrosas, las cartas perdidas, los objetos soñados, el mundo mágico de dos que ni la distancia de miles de horizontes los lograba distanciar; un fragoso mundo que ella no merecía conocer y nuevamente, las hojas escritas, cada una de sus letras contaminadas de ese amor que para ella ya se volvía enfermizo, ese amor que la sacudía en las noches y la hacia devanear en las mañanas frías de invierno y pasar mañanas frías en verano.


Cuando lo conoció -tal como las historias de amor que escucha en las canciones de Montaner y desea algún día protagonizar- se enamoro, según lo que ella siempre relata, nunca antes de tres copas de vino y entre los sollozos de sus enormes ojos negros; dice a medio balbucir haber conocido el amor a través de los suyos. Lo había aceptado, con todo y el fardo enorme que llevaba a cuestas, había lastrado con el desanimo, la soledad y la pobreza de un espíritu que de tanto sufrir ya estaba medio muerto; ansiando -algún día quizá-, intercambiar lágrimas por sonrisas, que muy de vez en cuando, obtenía. Fue la mano que acaricio su soledad. Mientras ella acechaba sus pensamientos; él, entre sus efervescentes sueños que lo volvían al pasado empantanado de buenos recuerdos. Angélica, podía sentir los crujido de las tablas de la cama, el peso se hacia más denso día a día, y las dos almas que debían habitarlo, siempre se veía alterado, con el consentimiento de uno, y con la angustia del otro. Era la extraña que blasfemaba ante la mística que rodeaba ese amor.

Las agujas del reloj acaban de marcar las diez y Angélica, aún no termina la tarea que se impuso. Cada carta que rompe con sus manos inyectadas de odio, cada hoja escrita que lee y desgarra y la vez -como devolviendo el castigo- esta, secciona cada fibra de su interior. Tanto amor disperso entre palabras que aun no se relegan. El cajón estaba lleno y su corazón vacío. En cuanto este se desocupaba, su corazón se llenaba de rencor. Ella, la otra, estaba ahí, no sólo en las cartas, ni en las fotos, ni en su ropa interior -preservada cuidadosamente desde aquel día-; estaba en los muebles, en los anaqueles, en las canciones, entre las sabanas. Y a veces, Angélica se sentía la otra. No conocía su rostro, pero si su voz, la había escuchado entre sueños, y había dejado de sentir miedo a su inevitable presencia. Recordó las traiciones cometidas a sus amigas y las envidió, hubiera deseado luchar mil veces con una mujer de carne y hueso, que luchar contra la sombra de un recuerdo, una divagación de la oscuridad que sin embargo jamás se extinguía. Las hojas de otoño, de ese otoño pernicioso y vehemente, nunca habían sonado tan estrepitosas al caer a la impecable acera del patio que -ahora- limpiaba, cuando otrora ella lo hacía con el mismo esmero, con el mismo amor. Y hasta el patio habitaba displicente, hasta la maldita banca fría como un trozo de hielo, tan lejana a sus ojos, tan impasible a su tacto. Eran las diez y cuarto cuando el odio estrujó cada parte de su cuerpo, incrusto su piel y si ella no yaciese algunos metros bajo el lodo, Angélica se encargaría de enterrarla con sus propias manos por segunda vez, y escupir todo el odio acumulado al polvo cenizo que ensuciaba su vida, esa noche, esa maligna noche que envolvía de niebla desde la cima de los postes con luces pálidas hasta las sombras más negras de la habitación tripartida.

Encontró el frasco de un perfume, aún conservaba parte de su contenido, como para percibir su aroma, como para aún rosearse un poco en el cuerpo, en las manos, en el cuello, como para desear sentirse ella. Y acaricio sus cabellos ondulados y anheló que fueran lisos como los de ella. Y si tal vez se equivoco de cuerpo, porque estaba convencida de haber nacido para amar a ese hombre, si tal vez ella debió ser la muerta. A veces se imaginaba muerta, se preguntaba si él padecería lo mismo que por ella. Y a veces, haciendo un gran esfuerzo veía su mirada en el espejo, y escuchaba su voz celestial flameando en el aire de la alcoba y lo vigilaba mientras él dormía, interrogándose una y otra vez si ella asaltaba sus pensamientos, y lo envolvía entre los silencios de la alcoba, y le hacía el amor entre filantrópicas y febriles fantasias, si él continuaba apeteciendo su cuerpo, su maldito cuerpo del cual ya no existía más que el polvo ceniciento. Los celos nuevamente, y el rencor y el odio, formando una amalgama que empezaba a desplazar el amor que le profería.

Olfateo el perfume en el ambiente y oyó la risa de los dos a sus espaldas. Fijo la vista a través de los cristales, la eterna neblina le hacía pensar que su vida estaba sumisa en un invierno que se extendía más allá del tiempo. El otoño poco a poco va terminando y el invierno anuncia su llegada con vientos helados. El sol ya no ilumina como años anteriores, sus rayos no calientan y el atardecer había llegado mucho antes. Empezó a sentir como se disolvía ella misma en esa niebla espesa de fuera, sentir como se perdían sus líneas, aquellas líneas que marcaban su cuerpo y le encerraban en el. Poco a poco se fue desdibujando. Primero los contornos iban desapareciendo como si fueran borrados por la mano de un pintor que no satisfecho de su obra la destierra al olvido. Más tarde los colores se diluían en aquel blancor, deshaciéndose en pequeños puntos casi invisibles, hasta desaparecer -instantes después-, ella ya no estaba. Angélica, ya no era más que niebla, y como niebla, ya no se preocuparía nunca más por la sombra de ella.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonito/a, como siempre.

Fernando-

bellaco dijo...

romántica niña, bueno ¿Quién será el afortunado que se ganará tu romanticismo? Que sería bueno abrazarte en vivo y en directo. Un beso, de tu fiel amigo...

Anónimo dijo...

Realidad o ficción? De la forma que sea, me gusto la historia ¡para variar! Un beso.

esteban lob dijo...

Es romàntico, pese a todo, ir desapareciendo paulatinamente como tragado por la niebla.

Un beso.

ysraelg7 dijo...

Tù si que eres un romàntica empedernida jajaj ¡¡¡mentira¡¡¡... Sòlo puedo decirte que me fascinò tu historia, aunque un poco extreno-apasionado, pero juro que gustado eehhh.

Un gusto como siempre leerte.
Un besote.

Jorge Atarama dijo...

No sé en qué momento llegué a tu blog. Pero le agradezco a la vida aquel instante. Un abrazo Gabriela.

Miguel dijo...

Bueno, nosé como llegaste a mi blog, pero agradezco su comentario. Dare siempre vueltas por su blog
Saludos.

Anónimo dijo...

si que me conoces amiga puedo decir que esa es mi historia solo que espero no terminar de esa forma y que logre borrar con mi amor ese recuerdo que es mi sombra muchas gracias
angelica