sábado, 26 de enero de 2013

LA NARRADORA DE CUENTOS

Sí, llega un duro momento en que dejamos de creer en los cuentos de hadas. Cogemos maletas, ajustamos la caperuza, desoímos los sabios consejos maternales y nos internamos en el bosque. Hasta que un buen día perdemos de vista el camino de vuelta a casa. Metafórica o literalmente, hablando o escribiendo en éste caso, -meridianamente- da lo mismo.

Era el año 2002, había abandonado la idea de convertirme en abogado y trabajaba asistiendo en el área de finanzas en una empresa. Mi objetivo era ahorrar lo suficiente para mandarme a mudar a donde mi sueños revolotearan y mi billetera aterrizara; vivir y colear de lo que siempre ame: La Literatura. Los viernes de cada semana escuchaba a una banda de rock en un bar, que duro lo que mis costosos sueños. Además, increíblemente para unos, una vez a la semana hacía voluntariado en el pabellón infantil de un hospital citadino. No por dedicación a los niños, si no porque me permitian hacer lo que mejor sabía y atraía: contar cuentos y obtener un conmocionado auditorio. Sin pizca de ironía de por medio. Antes del inicio de lectura, les mostraba a los niños libros de diferentes formas, tamaños y colores –de mi cuajada colección personal- para que escojan el de su mayor interés. Después de que jugaban unos minutos con ellos, la elección era irremediablemente la misma: “Cuéntanos - la bendita- Caperucita Roja”.

Admito que desde esa época, no me he podido desligar extraña y reminiscentemente de este cuento en particular, su peculiaridad y de aquello que llamamos literatura infantil. Dejé el hospital, terminé mi carrera de administración de empresas e ingresé a un taller de literatura y gramática, repasé los cursos de rigor, me ilusione encantadoramente con un profesor e hice las lecturas requeridas, pero siempre, irremisible, regresaba a repasar mis viejos cuentos y a narráserlos a personas que ejercieran un efecto tan extraño y especial en mi, como ternura, cariño, amor, etcétera, etcétera y claro está, a los que quisieran escucharlos. Quizá porque escuchándolos, narrándolos o leyéndolos tantas veces, aprendí a leer la vida y a la literatura misma a través de estas estructuras sencillas pero infalibles.
 Es irónico pero la Caperucita Roja nunca estuvo entre mis favoritos, ni siquiera ocupaba un número en mi lista top. La Bella Durmiente, El Soldado y la muerte, Aladino o Alibaba y los 40 ladrones se llevaban los laureles, y ahora que me pongo a sacudir el polvo a mis ideas pasadas y otras, un tanto más actualizadas, por un mínimo principio de realismo humano no sólo era admisible, sino deseable, la presencia de un cuento que fuese, aunque vaga y posiblemente real, aunque sólo fuesen fracciones de él. He aqui, mi inclinación y declinación a lo quimérico y obtusamente irreal de los cuentos y otros casos más personales, reflexión que dista de ser una queja y que se aproxima más a una venturosa alternativa. Caso opuestamente contrario a la mayor parte de la población ¿?...A veces, vuelvo a releer los viejos cuentos y a veces, suscribo a mi vida otra tanda de ellos y, a veces también, me pilla el viento airoso de las cinco de la mañana, completamente despierta.


3 comentarios:

Jorge Atarama dijo...

Se dice que lo que nos llegan de los cuentos son solamente pedazos digeridos de historias más fascinantes pero a la vez prohibidas. Quizá si las supiéramos completas podríamos contarlas con más pasión. Un gran abrazo Gabriela.

esteban lob dijo...

Hola Gabriela:

Lo notablemente bien expresado de tus sentimientos, anhelos, frustraciones y alegrías que viviste y vives en torno siempre de los cuentos, me permiten asegurar que contados así, con pasión y amor, deben significar para aquellos privilegiados niños una gran fiesta.

Te mando un abrazo y mi admiración.

Anónimo dijo...

Palomino!!!! Qué sorpresa!!! Cuan alejado he andado!!!

Nuevamente, qué sorpresa. Pregunto atónito, tú contabas cuentos a los moribundos en los hospitales???????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????