El viejo de rostro curtido echa un vistazo con mustio semblante el horizonte perdido. En la mañana se había despertado sobresaltado por sus angustiosos sueños. Tocó su cabeza con los dedos sellados de recuerdos y tanteo los cabellos blancos del presente, con evidente curiosidad, como si dudase que aun se mantuvieran allí. Intento recordar, mas sólo perdió la mirada entre los pequeños barcos de madera que permanecían silenciosos en el anaquel, frente a su lecho. Un mar grandioso cruzado de cuerpos que flotaban en el agua. Una marea excitada que se levantaba acariciando las rocas, y en el seno de las olas, los cuerpos dormidos, emergiendo entre la marea, clavando los pies y la cabeza en el agua, como si fueran cuchillos. Una espesa niebla gris que envolvía la espuma refulgente de las olas, que envolvía los cuerpos, que te invitaba a dormir junto a ellos y a la vez prevenía.
Se despertó sudando, no volvió a dormirse. Tenía calor, demasiado calor que no se disipaba entre las sabanas, un calor asfixiante y un escondido temor a quedarse dormido. Un miedo a quedarse dormido, como los cuerpos de su sueño, y hundirse en un mar de aire caliente, se quedó con la mirada fija en el techo. ¿Qué hora será? Quizá las cinco. Luego tendré sueño. Pero cuando se quedaba transpuesto, se perdía entre la imagen absurda del mar agitado, con los hombres-cuchilla flotando en el seno azulado de un mar desconocido pero inmenso. Así que se concentraba en lograr mantenerse despierto, agitando con los pies y con las manos un mar de sábanas, que se le antojaban enormes campos verdes, bosques brillantes. Un campo de verde sin olor, como el sabor del agua. Mañana tendré sueño, se decía una y otra vez, pero no lograba alejar las imágenes de las sábanas convertidas ansiadamente en verde y el mar hendido por los cuerpos. Justo al borde de un nuevo sueño sonó el despertador y tuvo que levantarse. Se alegró de dejar atrás el dormitorio, de comprobar que el sol volvería a nacer por debajo del horizonte. Un día más. Un día anónimo, pensó de manera automática. Pero los días anónimos son como los sueños. Irreales. Los días anónimos se camuflan de bolsa sospechosa. De llamada a la policía, de recorte en el periódico. Los días anónimos son como personas desconocidas, sólo hace falta hacer que se presenten. Porque cada persona tiene su ritmo. Como los días. Es cuestión de saber qué mapa es necesario coger, y qué brújula utilizar. Cuando menos te lo esperas, más descubres que lo anónimo se convierte en noticia. Y la noticia en historia. Son las cosas que pasan. Muchas veces pasan invisibles, pero otras se convierten en noticia. Y es normal que guste recortarlas. Porque el recuerdo, en realidad no es más que un recorte sin papel.
Al final del día se metió en la cama con una sonrisa tímida. Recordando una esperada llamada, olvidando las imágenes de su sueño, olvidando el calor. Mientras se dejaba hundir en el sueño, como cada noche, sonrió un poco más, sin darse cuenta, al recordar la admiración azul en los ojos de su hija. Al fin y al cabo, los días podían no ser anónimos.

1 comentario:
hola gabriela,
gracias por tu visita a mi blog. escribes alucinante.
si, soy peruano. saludos desde berlín,
eldani
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